Sobre las tablas
- Isabella Carvajal
- 10 jul 2019
- 9 Min. de lectura

“4 libras de arroz, 20 pares de panela, 3 botellas de aceite, 2 kilos de maíz…” Carolina ensaya sola frente a su director. Una y otra vez repite las mismas líneas, y así seguirá hasta volverlas parte de sí, para que, en 2 meses, un público— tal vez pequeño—no vea en el escenario a Carolina Chalarca, la actriz, sino a Maribel, una mujer campesina golpeada por el conflicto armado.
Carolina hace teatro, en las tablas, desde hace 7 años. Su vida profesional está dedicada por completo al teatro. Estudió artes escénicas en la Débora Arango y actualmente está terminando la maestría en arte dramático en la Universidad de Antioquia. La pasión por las artes se sembró en ella desde que estaba en el colegio, cuando se inclinó -sin motivo aparente- por la danza, el canto y el teatro, “los artistas nacemos con esa intuición” dice aún agitada por las exigencias del ensayo.
Un actor de teatro nunca olvida su primera obra. La de Carolina fue Lobeo y Julenta, una farsa comedia adaptación de la obra de William Shakespeare, “Romeo y Julieta”: Ahora, 7 años después, prepara “Tomates secos exprimidos”, una obra que habla del conflicto, uno de los temas preferidos de Carolina, pues siente que son una forma de denuncia.
***
Vestida con un sombrero campesino, camiseta negra, leggins negros con rayas blancas, bolso campesino y botas pantaneras y con las gotas de sudor corriendo por su rostro, Carolina continúa ensayando frente a unas gradas vacías. Su rostro demuestra tristeza, sus ojos se empañan de lágrimas.
—Se me olvidó qué sigue— sonríe y su director le recuerda el texto.
Una y otra vez repasa las mismas líneas.
—4 libras de arroz, 20 pares de panela, 3 botellas de aceite, 2 kilos de maíz—se asoma y mira al público aún inexistente.
—Piensa en cómo se sentaría Maribel niña, Maribel adolescente y Maribel adulta— le dice su director, Wilder, sentado en una silla frente a ella.
Maribel empieza a experimentar con su forma de sentarse, primero es una niña, luego una adolescente y por último una adulta.
Preparar un personaje es un proceso sagrado para los actores de teatro, implica un diálogo constante con el texto y con el director. Lo primero, es una lectura concienzuda del texto, para hacer un análisis del contexto, del lugar en el que el director quiere ubicar a los personajes y para mirar las unidades de acción. Lo segundo, es empezar a imaginarse cómo es ese personaje y cómo lo va a trabajar, luego va la exploración en la escena con los compañeros y para finalizar, con el director se llega a ubicar el lenguaje del personaje, el lenguaje corporal y la voz, si la tiene. El director más que nadie sabe quién es el personaje, guía al actor a llegar a él, incluso más que el dramaturgo autor de la obra.
En “Tomates secos exprimidos” también participa Patricia Carvajal, quien, a diferencia de Carolina, tiene una experiencia muy amplia, hace teatro desde hace aproximadamente 30 años. Las artes escénicas llegaron a su vida desde que estaba en el colegio, pero no pasó por su mente que fuera una carrera hasta que ya estaba estudiando Construcciones Civiles en el politécnico Jaime Isaza Cadavid y conoció los grupos de teatro de esa universidad y la carrera de la UdeA. Entonces ingresó a Arte dramático y terminó casi al mismo tiempo que finalizaba la profesionalización de Ingeniería Civil. Alguna vez ejerció como ingeniera, pero lo que realmente quería para su vida era el teatro.
Patricia ha participado en un sin número de montajes y puestas artísticas: desde obras infantiles como Doña Pánfaga y el sanalotodo en la Casa del Teatro, hasta títeres porno en el Teatro Matacandela; pero ninguno de estos personajes han marcado tanto su carrera como la obra con la que ingresó al mundo de las tablas y un monólogo que hizo bajo la dirección de su gran maestro Gilberto Martínez, quien es el fundador de la Casa del Teatro. La primera, la hizo en el Pequeño Teatro, se llamaba Madre Coraje y sus hijos, en ella Patricia interpretaba a la hija de Madre Coraje, Catalina, una joven muda.
“Fue una obra muy bonita con el maestro Rodrigo Saldarriaga, y fue muy controversial también porque hablaba de la guerra, de todos estos estados que permean al hombre a través de la guerra, entonces fue un trabajo muy bonito porque me aportó mucho desde la creación del personaje”, menciona Patricia sentada en una oficina de la Casa del Teatro, precisamente el lugar donde realizó ese monólogo que la marcó. Se llama la Balada de la p, una obra que habla sobre las laceraciones de la mujer, sobre los cuerpos lacerados.
“Fue un trabajo muy experimental que hice con el maestro Gilberto Martínez, hice dramaturgia, entonces esa obra puso sobre mi piel lo que es el arte y lo que es el teatro”.
Antes de salir a escena Patricia se maquilla sola. Es como su ritual personal, no le gusta que nadie más que ella lo haga. Todo ese tiempo lo considera su tiempo de preparación. Como equipo, los actores hacen un calentamiento corporal y de la voz. “Mucha mierda” se desean unos a otros antes de entrar al escenario y convertir ese espacio en su presente, en su única realidad.
Carolina siente vértigo, no le da susto pero tampoco está normal, a pesar de llevar tantos años pisando escenarios e interpretando personajes. Su grupo de compañeros de la Sala Yité hacen un círculo y se toman de la mano.
— ¡Intento, intento, intento! — gritan al unísono como símbolo de que todo en la vida se trata de intentar.
— “Mucha mierda”—se dicen unos a otros y entran en escena.
En los inicios del teatro, la gente acudía a las obras a caballo, entonces se llenaban los zapatos de su excremento, y al estar dentro del teatro llenaban el suelo de mierda. Entre más mierda hubiera en el suelo, más gente había asistido a la obra, entonces “mucha mierda” era símbolo de mucho público, augurio de éxito. Han pasado muchos años desde eso, pero la expresión se convirtió en tradición y pasó de generación en generación; y aún hoy es un lenguaje universal para todos los teatreros.
Que el show debe continuar es una premisa sagrada en el mundo del teatro, por respeto al público y por respeto al arte en sí mismo. Patricia recuerda —ahora riendo— lo que alguna vez fue uno de los momentos más angustiantes y desesperantes de su carrera:
—En el Pequeño Teatro, los teatros tienen un foso; es decir que el suelo puede levantarse y dejar a la vista un hueco. Eso se usaba para la ópera o para ciertas escenografías. Ese día presentábamos una obra que se llama “Edipo Rey”, entonces había una parte donde estaba descubierto el foso en la zona del público, para una escena la que llevaban a Apolinices- el protagonista- al Aqueronte, y Antígona- mi personaje- iba y lo desenterraba.
Por detrás de esa misma tarima, tras los telones, hay un hueco que es una trampa, que se abre para pasar por ahí y llegar a escena. Entonces ese día estaba abierto y nosotros siempre decíamos “mucho cuidado porque cuando uno pasa por ahí con eso abierto se puede caer”. Y justamente un compañero se fue al foso, y eso incluso tiene unas escalas para bajar porque eso es como si fuera un sótano, es que eso tiene como 1,70 de altura. Entonces él cayó allá abajo y gritó “ayúdenme, ayúdenme”, pero en ese momento la obra continuaba entonces nosotros los que estábamos atrás lo ayudamos a salir y él tenía la cumbamba reventaba, fue y se encerró al baño. A él ya le tocaba salir, pero se desmayó en el baño y nosotros empezamos a tocarle la puerta y él no abría. Tuvimos que abrirle esa puerta por detrás, a todos se nos olvidó salir, y había un compañero en escena y era haciendo allá bobadas, le tocó hacer cualquier cosa, él era moviendo una espada, como “por qué no salen”, pero seguía haciendo allá cosas y nosotros no salíamos, porque lo estábamos atendiendo.
Entonces entramos al baño y él estaba inconsciente, lo tuvimos que sacar por la puerta de atrás y llevarlo a urgencias, llamaron un taxi. Y ya salimos como a continuar la escena pero eso duró una eternidad.
Paula Bedoya, actriz contemporánea de Patricia, también recuerda una vez en la que, en medio de una obra se quedó en blanco, olvidó por completo su texto:
—De las cosas más difíciles para un actor es que se le olvide el texto en la escena y eso es entre gracioso y traumático. A mí en una escena se me olvidó el texto, yo lo repetía y lo repetía pero nadie me salvaba, entonces empecé a improvisar y todos eran muertos de la risa alrededor mía. Finalmente un compañero me salvó, me dio la mano y me dijo un texto para yo agarrarme de ahí, pero casi no la atrapo.
Paula también es egresada de la Universidad de Antioquia en Arte dramático. Se graduó hace más de 20 años y desde que empezó a estudiar hasta este momento de su vida ha trabajado como actriz, como directora y como creadora del arte.
Ella inició en el teatro desde los 9 años, después de ver “El juego de los insectos”, una obra que presentó un compañero de su mamá, quien fue uno de los primeros en graduarse profesionalmente de arte dramático en la UdeA. Después de ver esa obra, Paula se enamoró del teatro y comenzó a hacer pantomima en el colegio, a meterse en los grupos de teatro y de danza y desde ahí supo que esa se convertiría en su carrera.
Paula empezó desde muy joven a conocer las artes escénicas, cuando aún no se veía el teatro como una carrera profesional, un medio de subsistencia, sino como un hobby. En Colombia el teatro empezó a existir como tal desde el siglo xx, y principalmente en Bogotá. En Medellín, el teatro tuvo su auge desde 1970, y en su historia aparecen personajes precursores como Rodrigo Saldarriaga, Gilberto Martínez, Ramiro Tejada, Carlos Mario Aguirre y Cristina Toro.
En Medellín hay más de 20 teatros. Los más importantes son El Pequeño Teatro, el Teatro Pablo Tobón Uribe, la Casa del Teatro, El Teatrico y el Teatro de la Universidad de Medellín. La alcaldía promueve el arte escénico con su programa Salas Abiertas, con el cual, cada miércoles en muchos de los teatros de la ciudad se presentan obras gratuitas, abiertas al público, financiadas por la alcaldía. Pero las modalidades más comunes en la ciudad son las obras con boletería, con descuentos para estudiantes y adultos mayores, o entrada libre con aporte voluntario.
El público de Medellín aficionado al teatro aún es muy escaso.
—En Medellín en este momento hay muchos teatros, teatros independientes y teatros con sala; sin embargo la constante en todos los teatros es muy poco público,- relata Patricia— es duro porque crear consciencia sobre lo cultural y sobre lo artístico es un poco difícil. A nosotros no nos enseñaron a apreciar el arte, ni desde la casa ni desde el colegio.
Sin embargo, Patricia piensa que se está generando público, aunque, según su experiencia, al público de Medellín lo que más lo llama es la comedia.
—Es también un público que le gusta es ir a reír al teatro, entonces lo más charro, lo que más me haga reír. Lo más banal, porque eso es lo que está también acostumbrado de oír y ver en los medios de comunicación— continúa Patricia.
El panorama del teatro para el futuro es mucho más esperanzador, ahora hay mucha más formación, muchas más academias, muchos docentes que quieren formar en el arte y la cultura.
Paula quiso ser docente desde hace un año, siente que ya está en el momento perfecto para compartir su conocimiento, pero sin abandonar las tablas, que es a donde realmente pertenece. Patricia también es docente, enseña en la casa del teatro a niños, adolescentes y adultos mayores. Además es profesora en el Colegio Marymount, y realiza montajes musicales con alrededor de 300 niñas. Carolina, por ahora, solo actúa y trabaja en pro de seguir creando arte.
***
En el segundo ensayo Carolina ya no llora. Ahora sintió que debía estar enojada. Pero, quien realmente sabe cómo debe estar el personaje es su director.
—Coja el dolor— Wilder le pide que cambie el sentimiento
—Dolor, listo— responde ella
.Ahora está triste, no enojada.
—A ellos los enterraron con un poquito de cabeza, y les envolvieron un trapo en el cuello. ¡Por eso es que cuando vengan les voy a mostrar todos los muñecos, para que vean que aquí no pasa nada y tengan que fruncir el culo! — continúa ensayando Carolina, mientras llora narrando interpretando a una Maribel que recuerda lo que el conflicto hizo con su familia.
Para lograr sentir una escena de esa forma hay que tener la pasión, pero también hay que tener la técnica. Hay actores que son empíricos que lo hacen muy bien, pero a medida que van estando en las tablas también es necesario aprender más, estudiar todo el tiempo. Carolina estudia una maestría en arte dramático, Patricia está haciendo una maestría en artes digitales y Paula en mitad de año se gradúa de una maestría en licenciatura básica en danza, y después planea hacer la maestría en dirección y dramaturgia.
***
—Todavía estoy muy cruda— le dice Carolina a su director, Wilder
—Hay que seguir ensayando, ¿estás muy cansada?— responde
—Pues hagámosle, espere yo me quito las botas.
Carolina se quita las botas, le echa una ojeada al texto, vuelve al escenario y se mete dentro de unas cajas.
—4 libras de arroz, 20 pares de panela, 3 botellas de aceite, 2 kilos de maíz… ¿Cuántos padrenuestros caben en tanta amargura?
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