Mi historia sí tuvo un final feliz
- Isabella Carvajal
- 26 sept 2018
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EDILMA SEPÚLVEDA
La Médico Preventiva fue la EPS que tuvimos los jubilados del magisterio hasta octubre del año anterior. Aun cuando a mí me tocó como doctor de familia el doctor Alexander Hernández, que me parece que era y que conmigo fue muy bueno, él se veía muy limitado para la cuestión de la droga, porque el POS no les permitía darme las que realmente yo necesitaba. Una de las razones que él aducía era que eran muy costosas; una de las drogas que yo consumo todavía, me dura para un mes y vale 140 mil pesos; eso el POS no lo permitía; por más que él me quiso colaborar, no lo lograba. Los exámenes que él me mandaba también había que esperar días y aún hasta semanas para que él le dijera a uno “no los autorizaron, los tiene que hacer particularmente”. Yo me los hacía entonces en los laboratorios Vid de Bello, porque más de uno no me los autorizaban; me autorizaban solo los exámenes que eran de sangre y de orina no más. El sistema de salud me falló, pero empecemos por el principio.
Yo soy la tercera de doce hijos, once vivos nacimos, me llamo Ana Edilma Sepúlveda Lopera. Mi familia vivía en Donmatías; pero yo no nací allá sino que mi mamá se vino a Medellín a visitar a sus papás y ahí en un parto prematuro nací. Entonces yo nací en Medellín, pero nosotros vivíamos en Donmatías. Allá nos quedamos hasta cuando tuve 8 años, ya al cumplir los 8 años nos tocó venirnos porque a mi papá se le ofreció trabajo en Medellín. Mi papá fue chofer toda la vida; para aquella época se inauguraba en Medellín un concesionario de carros que llamaban la Cala y a mi papá le resultó trabajo ahí entonces nos vinimos a vivir acá. Hice toda mi primaria con monjas salesianas, después pasé a hacer todo el bachillerato al instituto Isabel La Católica. Allá hice hasta tercero de normal, pero lo perdí por estar de fastidiosa, porque yo era muy cansona. Después de rogar mucho, mi papá convenció a mi mamá de que me dejaran repetir y continuar, entonces me consiguieron puesto en la Normal Nacional Superior de Envigado. Allá terminé sexto en esa época, lo que llaman 11 hoy.
Después de salir, una familiar de mi mamá, que era coordinadora de becas en la Gobernación, me colaboró para mi nombramiento como maestra oficial; me tocó ir a trabajar a Caucasia con las monjas Teresitas en la Normal Santa Teresita de Caucasia, ya después me trasladaron aquí a Medellín.
En mi casa fuimos once hermanos, casi todos profesionales: yo tengo hermano médico, hermano zootecnista veterinario, hermana nutricionista, hermano abogado. Todos mis hermanos fueron estudiosos. En este momento vivos no somos sino 5, han muerto los demás; y como en toda familia también tuve hermanos despistados del todo. Pero en mi casa al centro del hogar tuvimos una mamá que toda la vida tuvo la falda bien puesta; trabajó como una desaforada loca para todos, y un padre que yo creo que no se repite. Un padre que siempre nos respetó, que siempre nos apoyó, que nunca tuvo una palabra brusca para dirigirse a ninguno de nosotros. Siempre nos corrigió en su intimidad, ninguno de los otros hermanos se dio cuenta de lo que él nos decía, pero a todos en su momento nos amonestó y nos advirtió de lo malo que de pronto estábamos haciendo. Un padre que yo creo que como él no nace otro igual. Ninguno de mis dos viejos estudió nada, trabajaron. Mi papá murió trabajando en la aduana. Mi papá era de su trabajo a la casa, nunca ninguno de once hijos vivos que crecimos al lado de él supimos de que mirara a alguna otra vieja, y murió llamando a mi mamá, fueron sus últimas palabras, “¡Judith, Judith!”, y se despidió. Le dio un infarto fulminante en la aduana; él murió estando allá, esperando salir para Medellín.
Yo tuve cuatro hijos, cinco con un nieto adjunto que tengo, porque como toda la vida ha vivido conmigo lo considero hijo mío. Todos son profesionales gracias al cielo.
Yo fui docente 45 años; trabajé en la escuela primaria; también trabajé en las cárceles de Itagüí, de Bello, y en la Ladera. Recuerdo que estando en la cárcel de Itagüí, donde yo vigilaba el trabajo de los reclusos, me tocó ver cómo un recluso mataba, a punta de un destornillador, a otro recluso, por la diferencia de conteo de unos plafones. Estuve mal, me dejó de psicólogo casi seis meses. Fue un trauma para mí, yo estaba medio loca. Por eso que pasó me trasladaron de nuevo a trabajar en la educación formal, en primaria. Trabajé 12 años aquí en esta escuela de Villanueva. Me presenté a la universidad, estudié idiomas y luego hice una maestría; y me tocó terminar en el liceo de Girardota. Allá en Girardota trabajé 32 años continuos y en el 2008 me retiré. Yo me jubilé con la ley vieja. Me jubilé cuando cumplí 50 años; pero cómo podía seguir trabajando, en el 2008 me retiré.
Ahora tengo 75 años y vivo aquí en Copacabana. Yo nunca pensé que tenía nada, porque a mí no me duele nada, porque yo creo llevar, a la edad que yo tengo, una vida normal de vieja. El organismo envejece con uno, entonces yo me hacía a la idea de que todo eso era natural. Pero hace tres años en Donmatías, en una finquita que tenemos, ocurrió que yo perdí el sentido y rodé por los potreros; rodé y rodé hasta que llegué allá al lindero. En el lindero ya paré. Solamente me lastimé el brazo derecho, pero no me lo fracturé, solamente se me hizo un hematoma. A raíz de ese problema, de esa rodada, que eso fue un 29 de diciembre, yo fui al hospital de Donmatías, pero allá no me atendieron porque, según el hospital, yo no tenía historia clínica con ellos. Entonces me vine para Medellín y mis hijos me llevaron a la Clínica del Norte. Allí tuve algunos problemas también, porque la Clínica del Norte no tenía convenio con la Médico Preventiva; pero un hijo mío que es abogado se pegó la enojada del siglo, mostró su tarjeta profesional y amenazó con que se iba a quejar, entonces ahí mismo me atendieron, pero por él.
Me hicieron una tomografía, me hicieron exámenes, me tuvieron hasta el primero de enero por la mañana y no me cobraron un peso. A raíz de los exámenes que allí me ejecutaron, me recomendaron que fuera a la EPS para poder seguir como un control, pero tampoco me dijeron que lo que tenía era diabetes. Cuando yo llegué a la EPS hubo muchos problemas, no me autorizaban exámenes, no me daban la droga, me tocaba a mí pagar los exámenes particularmente; mejor dicho, fue un infierno lo que viví. Ya en noviembre, es decir que ya había pasado casi un año, me dijeron que no había atención para los maestros, que el contrato había cambiado, que ahí en esa sede no se atendía sino a los jubilados del Ferrocarril, y entonces empezó que yo preguntaba aquí y que preguntaba allá, un montón de vueltas para que le respondan a uno. En el hospital de aquí de Copacabana no me dieron razón que porque tampoco les habían comunicado nada. Al final, me di cuenta de que me iban a atender en Sumimedical.
Inicialmente allí me tocaba ir a citas a Laureles, pero para mí era muy dispendioso; es que desde Copacabana, en un momento en que a mí me daban mareos y me daban diarreas muy severas, pegar hasta Medellín, el transporte se me hacía muy difícil. Entonces se hicieron unas diligencias a través de Supersalud, y en Supersalud dieron la orden de que me cambiaran de sede de atención, y me trasladaron para el Marco Fidel Suárez de Bello, desde ese momento mi situación se convirtió en una cosa muy distinta. Es que cuando ya llegué como en enero a Sumimedical en Bello la atención cambió radicalmente. Allí me atendió en la primera cita el doctor Arcadio González; un lujo de médico, me dijo que me tenían que autorizar la droga, el mismo inicio el trámite para que me la dieran, en la historia que registró notificó que los exámenes tenían que ser regulares, mínimamente cada mes y medio o dos meses, y así se ha ido ejecutando hasta ahora. Yo de Sumimedical no tengo nada que decir, porque me dieron nefrólogo, porque también tengo problemas de un riñón, diabetólogo también tengo, nutricionista. La atención en Sumimedical hasta ahora ha sido maravillosa: me dan la droga y me autorizan ahí mismo los exámenes que se me ordenan. Una vez hubo dos exámenes que no se me pudieron hacer ahí: un ecocardiograma y otro dizque de las venas y arterias del cuello, entonces me mandaron a una sede especializada. Yo estoy muy contenta con la atención ahí. Pero inicialmente la Médico Preventiva a mí no me sirvió para nada; yo recuerdo que en un momento no me quisieron dar la droga que el médico Alexander me ordenaba; que porque ya la facturita se había vencido; se vencía un sábado, los sábados allá no había servicio y cuando fui al lunes me dijeron que ya estaba vencida y que no me la podían reconocer. Me tocó ir a comprarla a una farmacia y costó 19 mil pesos, eso costaba la droga que me negaron.
Mi historia sÍ tuvo un final feliz, como pocas con el sistema de salud de este país. Allá en Sumimedical yo no tengo que hacer ningún copago, al
lá yo no tengo sino que ir; y los médicos que me han atendido hasta ahora a mí me han parecido muy éticos, muy profesionales y muy humanos. Pero no es que yo agradezca no tener que hacer ningún copago, porque es que a mí y a los maestros, a los jubilados, nos descuentan un platal en el pago de la pensión, por eso no hay copago, porque el platal que nos descuentan es mucho. Sin embargo, a mí lo que más me importa en este momento es que tengo salud, que me están atendiendo, y que se acabó esa ida y venidera rogando por un examen, por un medicamento y por simple atención.
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